Subía con vértigo y con ganas de gritar. Más arriba, más
arriba, más arriba. Desde lo alto de la Montaña Rusa buscaba perseidas en el
cielo. Entre el tiempo y el espacio me perdía. El año pasado estaba en la playa
tumbada mirando el Universo. Viajaban las perseidas de aquí para allá. Una por
ahí, rápido, pide un deseo. Y lo pedía. Otra por ahí, rápido, pide otro deseo. Nos
alambraban al pasar. Y así nos pasábamos toda la noche pidiendo deseos. Allí
estaba yo, sola, ahí arriba. La máquina frenaba al llegar a la cima, así me
daba tiempo a mí a buscar estrellas. Tenía el tiempo justo y el espacio
necesario. El Universo se paraba para mí durante escasos segundos. Llegaba,
giraba la vista y ahí estaban, todas juntas, todas viajantes. Tú en la cama y
yo en lo alto. Mi deseo fue muy simple, pero llegó a parar el mundo. Cerré los
ojos y antes de descender, me teletransporté. Lo vi tan claro que desaparecí.
Las perseidas volaron sobre mi cabeza. Tú en la cama y yo a tu lado. Deseo
concedido.
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