Tú viajabas a mi lado en el tren. Viajabas conmigo. Un poco
más alto, un poco más nivelada. El suelo te elevaba, más bien lo hacía la
cristalera. Giraba la cabeza a la derecha y aunque yo estuviera al lado de la
ventana, ahí estabas tú. A lo lejos. Volabas por encima del suelo, volabas por
encima de los árboles, para mí volabas eternamente. Eras como un ángel encima
de las luces. Te fijabas en mí y me mirabas a los ojos. Sonreías. Agitabas la
mirada. Te ponías nerviosa. Yo hacía los mismos gestos infantiles. Pero allí
estábamos nosotros. Yo sentado al lado de la ventana y tú por encima de los
árboles. Cuando decidiste levantarte bailábamos juntos con la misma canción de
fondo. Tú levantada girabas sobre tu propio cuerpo y yo imaginando que
escuchábamos la misma canción bailaba con los ojos, me movía, me agitaba
también. Aun así me faltaba algo, quería más. Chocaba el cristal con la palma
de la mano, te sonreía, te buscaba… Pero giraba la cabeza, y no había nadie.
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