Ahora viajas conmigo en el autobús. Tienes algo en la mirada
que me atrapa. Por eso intento llegar todos los días a la misma hora en el
mismo lugar para coincidir contigo. Al llegar veo en la distancia ya esas
lianas en tu pelo y esas sandalias blancas de mujer. Eres tú. Me alegra saber
que llego a y cuarto en la parada para coger el mismo autobús que tú a y
veinte. Entramos y tú se sientas en el medio. Yo lo hago detrás para poder
pintarte con los ojos. El viaje así se me hace más ameno. Llegamos a nuestro
destino y también nos bajamos en la misma parada. Tú bajas antes que yo para
que pueda mirar todo tu cuerpo de mentira, pero bajamos juntos. Solos tú y yo,
mientras el viaje sigue. Antes de cruzar la carretera nos posicionamos en
paralelo, sin mirarnos, tú le das al botón del semáforo. Entonces eres
consciente de que te estoy mirando, empiezas a sospechar de que te estoy siguiendo.
Tu mirada te delata a través de esos ojos profundos que me observan a la derecha.
Yo intento no mirarte cuando tú lo haces. Si coincidimos podría colisionar el
universo. Es nuestro turno, cruzamos y yo de camino te protejo con la mirada.
Me encantas, lo sabes, sabes que me encantas. Todas las estrellas a tu lado
perderían toda su luz. ¿Qué sería de mí si no existiera esa parada? ¿Qué sería
de nosotros? Tuerces a la izquierda y me despido, con la mirada te deseo una buena
mañana. Pero tú no me la devuelves. Nos estamos alejando y ya te echo de menos,
vuelvo la mirada y te marchas. Aun así, estoy seguro de que tú también me
buscas cuando yo me alejo. Hoy es viernes y aún no sé cuándo regresas. Nunca
hemos coincidido a la vuelta. En todo caso, nos vemos el lunes.
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