Aparecía en Granada con un paracaídas negro entre las manos.
En el Albaicín la encontraba alegrando el Paseo de los Tristes, rodeando el
Darro con su sonrisa de fresa. Con el viento como música de fondo, aparecía a
su lado en medio de una cafetería repleta. Todas las mesas que nos rodeaban
estaban cubiertas, pero las parejas no hablaban, tan solo se miraban mientras bebían café. En nuestra mesa caía el temblor de cielo. Entonces,
hablábamos del tiempo como arte. Hablábamos de la parte inefable de cada
momento, de su unicidad. Pues cuando buscábamos el amor, en realidad, buscábamos
un tiempo extraordinario que nos llevase a ese amor. El tiempo era lo realmente
artístico de cada momento. Sin el tiempo no había momentos, no había amor y, más
que amor, no había nada. Nos caeríamos de él, y lo haríamos en un mundo vacío
donde solo quedase silencio. Silencio, silencio era lo que nos quedaba a nosotros.
Sin tiempo y sin momentos, me quedaba solo en medio del sueño…
viernes, 16 de enero de 2015
lunes, 12 de enero de 2015
Con la luna en lo alto
Leo a Cortázar antes de despegar del anhelo y me doy cuenta
de que me estoy quedando ciego. Él quiere traspasar un puente que ya no existe.
Yo me aventuro hacia la noche de reyes. De camino a casa de un amigo, me cruzo
con la luna, inmensa luna lúgubre y rosada que hace que todas las demás
estrellas del firmamento se oscurezcan. Toda ella. Todo yo. Una luna más grande
que el mismo cielo. Me recordaba estar en otro mundo, al menos en una antesala
preparándome para entrar en ese otro sueño. Y llegar al otro extremo del puente
y ver que esa luna era el indicio de una casualidad, de un nuevo 1Q84. Me
adentro en los callejones sin salida que circundan las calles infinitas de la
ciudad de Murcia. En un día de cabalgatas y de noche alunada llego al jardín de
la Seda para ver a mi amigo: Ningún camino es largo cuando termina en la puerta
de un amigo. Aquí estoy yo, aquí está él, me da el paquete y abandono el
jardín. Pero algo sucede, un mensaje instantáneo me llega al móvil. La cantante
ha terminado y se encuentra a solo dos calles de mi posición. La casualidad se
hace evidente y yo me dejo caer. Marcho a la estación, donde ella termina su té
de las ocho en punto. Quiero pensar que no se trata de un té negro cualquiera,
que tuviese aroma y que tuviese cuerpo, que fuese un buen té para recibir esta
buena casualidad. Hablamos, charlamos, me cuenta su día y yo le cuento mi
momento. Le cuento que no pensaba venir hasta aquí, pero ahí estaba, cubierto
de casualidades… Entonces ella se marcha y no sé cuándo volveré a ver sus ojos.
Me deja solo, con la luna en lo alto. Y yo me marcho, con ella entre los
brazos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)