viernes, 10 de julio de 2015

Nos vemos el lunes

Ahora viajas conmigo en el autobús. Tienes algo en la mirada que me atrapa. Por eso intento llegar todos los días a la misma hora en el mismo lugar para coincidir contigo. Al llegar veo en la distancia ya esas lianas en tu pelo y esas sandalias blancas de mujer. Eres tú. Me alegra saber que llego a y cuarto en la parada para coger el mismo autobús que tú a y veinte. Entramos y tú se sientas en el medio. Yo lo hago detrás para poder pintarte con los ojos. El viaje así se me hace más ameno. Llegamos a nuestro destino y también nos bajamos en la misma parada. Tú bajas antes que yo para que pueda mirar todo tu cuerpo de mentira, pero bajamos juntos. Solos tú y yo, mientras el viaje sigue. Antes de cruzar la carretera nos posicionamos en paralelo, sin mirarnos, tú le das al botón del semáforo. Entonces eres consciente de que te estoy mirando, empiezas a sospechar de que te estoy siguiendo. Tu mirada te delata a través de esos ojos profundos que me observan a la derecha. Yo intento no mirarte cuando tú lo haces. Si coincidimos podría colisionar el universo. Es nuestro turno, cruzamos y yo de camino te protejo con la mirada. Me encantas, lo sabes, sabes que me encantas. Todas las estrellas a tu lado perderían toda su luz. ¿Qué sería de mí si no existiera esa parada? ¿Qué sería de nosotros? Tuerces a la izquierda y me despido, con la mirada te deseo una buena mañana. Pero tú no me la devuelves. Nos estamos alejando y ya te echo de menos, vuelvo la mirada y te marchas. Aun así, estoy seguro de que tú también me buscas cuando yo me alejo. Hoy es viernes y aún no sé cuándo regresas. Nunca hemos coincidido a la vuelta. En todo caso, nos vemos el lunes.


miércoles, 8 de julio de 2015

El caballero de la blanca luna

Hoy he vuelto a verte en la parada de Atocha. Entrabas conmigo en el metro y traías nuevamente entre las manos el Quijote de Cervantes. De pie buscabas en cada página el amor incondicional del caballero de la blanca luna. Yo te tenía cerca, al lado, casi rozándote. Buenos días, Dulcinea, te decía. Buenos días, caballero, me contestabas. Así fue cómo nos conocimos y cómo nos dedicamos de aquí en adelante a combatir contra gigantes bajo tierra.